–En
vista de lo heavy que resultó la sesión previa y que no arrojó avances
cuantitativos, someto a la consideración del colectivo las siguientes
sugerencias. Primero: el desnudo, en las sesiones, es opcional. Trece
individuos a favor. ¡Aprobado! Segundo:
aun cuando las sesiones tienen carácter de elaboración intelectual, se
permitirá el consumo moderado de alcohol y cigarrillos, sin ningún otro tipo de
sustancias inspiradoras, incluido el “maxthov” que, gracias a la tenacidad de
Ambar, hemos logrado clonar y que estrenaremos en nuestro próximo ritual.
Aprobado por quince votos. ¡Qué viva la diversidad de opiniones y la
posibilidad de expresarlas! Irina, ¿tomas la palabra?
––Vamos
a tomarnos un trago primero y brindar por nosotros los zoaks.
––¡Salud,
pues, que el placer nos acompañe!
––¿Ya
estamos entonaditos con el primero? Arranco sin más. Creo que debemos separar
claramente el contexto intelectual de las sesiones del disfrute de los
rituales. ¿Estamos de acuerdo? Bravo, prosigo. Quiero informar entonces que
el equipo ad-honorem de etnomusicología ha avanzado que jode en la
decodificación de las partituras y que es muy posible que durante el segundo
ritual podamos disfrutar orgiásticamente con las genuinas melodías o
atonalidades o lo que sea que interpretaban nuestros ancestros tutoriales.
––Yo
pienso que la réplica de las túnicas nos ayudarían a meternos más en la piel de
los zoaks y que deberíamos esforzarnos para estrenarlas el próximo ritual.
–Con
las ganas que nos tenemos, ¡no nos van a durar puestas!
––Sí,
yo sé, pero forma parte del carácter ceremonial que debemos ir aumentando...
––Ojo,
sin que nada se convierta en una camisa de fuerza. Yo no sé si te has dado
cuenta, Géminis, pero ya van dos veces que mencionas la palabra deber o
debemos, como sea...
––Sí,
pero,,,
––Frénate
un poquito y déjame terminar.
––Termina,
Nacho, pero adentro.
––Espérate
al ritual. Estoy consciente de que el rigor, mientras no sea mortis, nos sirve
en estas sesiones, porque todavía nos falta muchísimo por discutir y aprobar,
pero no podemos dejar de lado el léxico, que nos condiciona, para aproximarnos
cada vez más a la esencia no filosófica, pero sí conceptual de los zoaks.
––Coño,
Nacho, al fin concertamos. Irina, todos, mucho más importante y prioritario que
la música o las túnicas, que son puramente elementos formales, o sea, apenas la
exteriorización de una vaina fundamental que es el cuerpo de creencias, debemos
sentarnos a trabajar en el códice. ¡Ya va, carajo, ya va! Y yo soy la primera
que aprecio y agradezco poder admirar nuestros soberbios cuerpos desnudos,
hidratarme con un par de buenos tragos y estacionarme en la gozadera, pero les
propongo tragarnos el deseo en las sesiones y echarle bolas, con humor, con
nuestras ocurrencias y con todo a desgranar el códice y decidir esto sí, esto
podría ser, esto lo derivamos hacia aquello y lo demás. Porque lo otro es
decidir, también, que vamos a reventarnos cogiéndonos, tomando y fumando ahora,
para hacer catarsis, pasarla de pinga, aunque no estaba previsto y la próxima
sesión avanzamos que jode con el cuerpo domesticado. Ustedes dirán.
––Yo
creo que al códice no hay que cambiarle nada.
––Lo
acepto, esa es tu opinión. La oímos, la discutimos y tomamos decisiones, pero
esa opinión tuya la has concretado tú solita, leyendo por tu cuenta el códice,
sin pensar en voz alta para escucharte a ti misma y escucharnos. Es posible,
Irina, y te lo digo porque no creo que tú seas dogmática, que modifiques tu
opinión o la suavices o la extremes y se produzca un cisma entre zoaks del
tercer milenio y zoaks imperturbables, pero, mi amiga, esa discusión hace
falta.
––Yo
discuto todo lo que quieran, vestido, sin tragos, tomando café, pero mi libido
no soporta más dilaciones. Héctor, tú que eres el zoak fundador y hoy maestro
de ceremonias, somete a votación mi propuesta.
––¿Votos
a favor de aplazar la sesión de trabajo para la próxima semana y escuchar ahora
y aquí las apetencias de nuestro cuerpo finito y temerario? Nueve a favor,
siete en contra. Me parece justo que quienes se oponen puedan abandonar el
recinto a voluntad o quedarse con el objetivo único de participar, de dar y
recibir, ya que aquí no tienen lugar ni razón de ser los convidados de piedra.
Parafraseando
al crudo de Cioran, quien era un putañero del carajo, se me ocurre que “el bar
abierto opera prodigios”.
Muy
a mi pesar, Irina, Fedra y Violeta se marchan, mis tres “deseadas” que me dejan
por hoy con las ganas.
A
los diez minutos o menos nadie porta indumentaria. Y miren que yo soy de los
que creo que la ropa es un arma de alto calibre que, más que esconder, sirve
para realzar, por ejemplo, los culos de los cuales no soy obseso.
Para
qué quejarnos de las ausencias. Ambar se disculpa por tener la menstruación y
menciona su necesidad impostergable de tener sexo. Antón se hace cargo bajo la
mesa de la sala de conferencias. Así, si se llega a ensuciar algo, será la
alfombra color vino tinto que fue escogida por su discrecionalidad ante las
manchas.
Quedan
Ximena (a quien descarto por repetitiva); Patricia (demasiado urgida para
mi gusto, excesiva, además, en sus gemidos forzados); Géminis (con quien
zodiacalmente soy incompatible o eso dice mi carta astral) y Zoe, última letra
del alfabeto y objeto adusto de mi erección.
Enzo
se me adelanta y acomete, sobre la mesa, su vulva púrpura abierta en flor. Zoe
culea entusiasta sin que el coleado tenga que moverse. Es una visión
reveladora, sobretodo a través de mi vaso vacío de ginebra. Voy a por más.
Ximena,
fumando, se encuentra conmigo en la barra. Renuevo su cuba libre light.
Espectadores de primera línea, jugamos a
calificar los performances en una escala del uno al cinco. Por lo pronto, Enzo:
1; Zoe: 1,3.
Patricia
se atornilla a Nacho en mi silla presidencial. Su rostro desaparece entre los
senos de ella. Cuatro piernas en pugna, dos taloneando sobre el tapete,
movilizan el asiento rotativo en movimientos de traslación al óvalo de la mesa.
Paredes siderales escenifican meteoritos que los rebotan. Soyuz 13 de
propulsión pedestre con sexonautas de
gravedad imantada. Un rotundo 2 para ambos.
Rubén
reaparece desde abajo de la mesa –¡lo sabíamos!– con un lipstick de sangre.
Ximena descalifica a esta pareja en el acto.
Vicente
y Géminis se coronan ganadores con 3 puntos cada uno. Ella lo cabalga dándole
la espalda. Gira ciento ochenta grados sin abandonar su presa viril,
desplazándose sobre la punta de sus pies. Su flexibilidad desploma mis
prejuicios. Los horóscopos raramente aciertan y posiblemente la desafinidad de
caracteres redundan en la química sexual.
La
abstención sostenida pasó su factura de lujuria urgida. Hilarantes, vestidos y
desinflados, Ximena me ayuda a restituir el orden de la oficina. Pretendo que
el lunes mis estirados clientes no perciban el rastro del sexo. Si lo hacen, pues
mejor. La genitalidad huele a dinero, poder, éxito. Prehistoria y tecnología se
dan la mano. Los ambientes laborales siguen siendo excelentes predios de caza.
Si
mis amigos –los auténticos zoaks– pudieran verme ahora, me arrebatarían sin
confrontaciones la franquicia jamás otorgada. Patentes falsificadas de corso
veredes, Sancho, que internet lo aguanta todo.